LA ROSA SI QUE ERA BUENA PARA LA CAMA
Después de patear ese penal vendría todo.
Se acercaría la Rosa, se pararía enfrente y con su boca carnosa lo mordería fuerte en los labios, con esa furia que sólo ella sabe imprimirle a los besos. Don José, el que se muere por la Rosa, el de la carnicería, le haría entrega solemne y en público de "la libreta azul del fiado" que hasta esa tarde le había negado, dándole al victorioso la confianza del crédito por tanto tiempo suplicada. Los micros de sus colegas estacionados más allá, bocinarían hasta que los canarios de la vieja de la casa de la esquina (vieja maricona que no devuelve las pelotas cuando caen en su patio) enloquecieran y en un kamikaze plumífero y ovíparo se estrellaran contra la reja de alambre de su pajarera. La población entera lo amaría, lo vitorearía y en andas, harían trescientos ¡Hip- hurra! coreando su nombre, mientras la salada transpiración de sus extremidades inferiores calara por las camisas de los hinchas, que dignamente soportarían el tufo de sus entrepiernas. El gol de la victoria y, por ende, del campeonato de los Barrios del Sector Norte significaba ser por todo el año el titán indiscutido del pasaje, la cuadra y la población, porque ganarle al equipo de la Villa Corvallis y, además, arrebatarle el título por una década retenido, era una proeza digna del más pulento.
Pero, para ser franco, lo que más le preocupaba en el momento que estaba frente a la redonda, era la opinión que se llevaría el Profesor que venía desde el lado sur de la ciudad a verlo a él. Sólo de suponer que un equipo profesional de fútbol se fijara en chofer de locomoción colectiva, el realce al magno acontecimiento que estaba por suceder se elevaba al cielo como una vorágine. Por eso, la pelota tenía que reventar las mallas, llegar hasta la cresta de la loma si fuese necesario. Y si el arquero, cabrón Arquero, envalentonado lo suficiente como para atajar el cañonazo que se disponía a percutir le asesinara la mañana, su cuerpo debía ser enviado hasta el fondo del pórtico, cosa que la cabeza se le enredara en la red, estrangulándolo por tratar de arruinarle el futuro.
Agachándose para colocar la pelota en el punto marcado con cal, pensaba en la manera de chutear la pena máxima. Podía ser ladino, sutil, cachañero. Existía también la posibilidad de ser bruto, cerrar los ojos, encomendarse a la Virgen de la Tirana en un ruego profundo y sentido, morderse los labios y patear con todas las ganas de salir de esa maldita población conchadesumadre que lo mero que ofrecía era puñetes, alcohol y distorsión a sus aún mozos, diecinueve años. O a lo mejor, lo más fructuoso era la mezcla de las dos formas. ¿Convenía pegarle con el borde externo o con el interno? Se le confundían los cantos, ni siquiera sabía distinguir bien entre la pierna zurda y la diestra. ¿ Arriba o abajo?. El arquero era alto, la respuesta era lógica. En resumen, ya con la esférica en el punto preciso, debía pegarle fuerte, bajo, a una esquina y con chanfle, con harto chanfle.
Lo primero que haría con el contrato en el Club sería comprar una cuna, una casa y casarse con la Rosa. Después, arreglaría la de su mamita, para que los últimos días de la vieja fueran dignos. Su padre no le interesaba, el viejo podía seguir puteando y tomando hasta que le diera hipo, total nunca lo llegó a ver sano de día y la única reminiscencia que tenía él, era una cicatriz que le cruzaba de lado a lado la espalda. Sus hermanos se cambiarían de escuela. De una con número, pasarían en un santiamén a un colegio con nombre de santo. Y la Rosa, la rica de la Rosa, podría comprar casi por venganza, una tenida entera para ella y para la guagua que estaba por nacer, en ese local del centro donde una vez, dos viejas teñidas de rubias la echaron por entrar con chalas de plástico, con cara de empleada doméstica, fíjate tú, pues mi linda.
Dejaría los vicios. Claro, si uno va a jugar en un equipo profesional no puede llegar reventado a los entrenamientos. Chao al vino en caja, a la pasta base y la marihuana. Adiós a andar atracando con la Rosa arriba del micro, en la Poza de los Curas, para el lado de lo oscuro, eso era muy vulgar para un futbolista profesional que está a punto de ser papá. El dueño de la carnicería, viejo cagado que todavía no fía ni un bistec y que mira a la Rosa depravadamente cada vez que ella le compra al contado un cuarto de carne molida, iba a tener la foto de ellos dos enmarcada en un cuadro, al lado de la mina con las tetas al aire vestida de monja, y nunca más miraría a su compañera con esos ojos de perro en celo.
Ahora bien, si se le iba, no lo quisiera Diosito, a la noche estaría lamiendo todos los papeles de cuaderno que sirven de estuche a la pasta base. Mañana volvería a pasar rabia con los cabros vacas, malditos estudiantes, que no se sacan las mochilas y no se corren para el fondo. Soportar la cara del presidente de la línea de micros, ordenándole afeitarse para salir a trabajar. Amargarse el domingo por la noche viendo los goles por la televisión, los mismos que él podría estar haciendo. Y lo que sería peor, es que no tendría la posibilidad de casarse. Jamás podría comprarse una casa y el lema de la Rosa era y seguiría siendo "sin ruca no hay casorio".
Todo estaba ahí, a doce pasos de sus pies. No quería seguir jugando en cancha de tierra. Levantó la vista, giró la cabeza y pudo ver la cara de su hembra que, envuelta en una nube de polvo, luciendo un vestido maternal rosado acentuando su belleza, casi sublime, le mandaba un beso, jugoso, sensual, un beso de mujer de chofer de micro. El Profesor del Estadio Regional le sonrió con gesto paternalista, incitándolo a consolidar su traspaso al fútbol rentado. Don José, mirando de reojo a la Rosa, le mostraba "la libreta azul del fiado", igual que cuando los árbitros muestran tarjeta amarilla en los partidos oficiales.
Se colocó ambas palmas en las caderas. Hombre, me gustaría que fuera hombrecito. Escupió e instantáneamente se hizo el silencio. No puedo seguir haciéndole a la pasta base. Con la punta de su zapatilla golpeó dos veces el terroso campo de juego. El cuerpo de la Rosa es el mejor, ella si que es buena para la cama. Volvió a escupir. Si lo hago, me va a tener que dar crédito el viejo maricón. El corazón le latía y las mandíbulas estaban rígidas. Los micros tienen mezcla de olor a fierro y a axila, y esa huevá la odio. Echó el tronco hacia atrás y comenzó a correr. Me debo ver lindo con la albiazul, los zapatos de fútbol y el pelo colorín. Su empeine impactó el balón con furia. Me quito la camiseta para celebrar el gol, como Bam- Bam Zamorano cuando sacó campeón al Real de Madrid y le dedico el gol a ella. La pelota viajó por el aire, misteriosa, llena de fe y con el pituto para atrás. La Rosa sí que es una buena mina. Por la puta que sea gol. Manuel, igual que el papá se va a llamar.
Ahí, justo ahí, el futbolista cerró los ojos y se dispuso a esperar, mientras que la Rosa, con las manos en su vientre, juraba por Diosito que si la maldita pelota entraba en el arco, jamás le diría a Manolo que el hijo que venía en camino no era de él, sino del viejo pervertido de la carnicería, ése, el de la libreta azul del fiado.